17 agosto 2009

Persiguiendo marcadores llegué a una lista: «Diez señales que indican que tendrás suerte». Suerte como Peter Parker el día que le tocó el gordo, suerte en el sentido de "vas a ligar".

Y es curioso porque con cierta persona se me cumplen ocho. No hemos compartido taxi porque la última vez que me monté en un taxi todavía estaban distribuyendo películas sobre el efecto dos mil. Y no me ha enseñado el tatuaje, pero lo achaco a que no tenga ninguno. Juraría que ha invadido mi espacio personal pero mi espacio personal es muy maleable. Hay gente a la que no quiero tener ni a veinte metros y gente que puedo tener perfectamente a veinte centímetros.

Lo que me resulta más curioso es que, ahora que se que existen, he sabido identificar las señales. Veréis, tus padres te enseñan a hablar y el estado te enseña a leer pero nadie te explica las malditas señales: ¿Tiene los brazos cruzados? ¿Te ha tocado la mano? ¿Se sienta en la taza del water de forma pasivo-agresiva? ¿Lleva la ropa interior aconjuntada? La gran mayoría de señales me resultan invisibles, pero estas son bien sencillas. Sí, me ha invitado a un trago. Sí, me ha tocado. Sí, me ha piropeado. Sí, me ha mirado a los ojos. Sí, me deja tocarla. Sí, se acerca al conversar. Sí, me cuenta cosas privadas. Y sí, hemos hablado de cosas "sucias". Son ocho chorradas en mi escala de apuestas. No daría un euro por la relación porque todos esos síes tienen su correspondiente no. Pero en el fondo de mi mente...

En las películas, en la televisión, la gente tiene un ángel y un diablo. Yo no, yo tengo la lógica y la autoestima. La autoestima solo viene de vez en cuando para atormentarme. La autoestima es esa vocecita que te dice: «No te la estás tirando porque no quieres», «Podrías tomarte veinte cervezas y seguirías conduciendo como Michael Schumaker», «En un uno contra uno, serías perfectamente capaz de vencer a un puma», «No necesitas escribir todos los días, empezarás a publicar best-sellers en cuanto te apetezca». Normalmente el diablo te aconseja que hagas cosas malas para obtener un beneficio. La autoestima me dice que haga cosas estúpidas para causarme un daño. Afortunadamente solo aparece de uvas a peras y no es capaz de discutir con la lógica.

«Es posible que durante el combate sientas una ligera punzada. Será el orgullo, que intenta joderte. A la mierda el orgullo! El orgullo siempre hace año, no te ayuda jamás. Lucha contra esa mierda. Porque dentro de unos años, cuando estés gozando de la buena vida en el Caribe, te dirás a ti mismo: joder, Marcellus Wallace tenía razón.»

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