Ahora que la convención mundial que llamamos año solar se termina la gente se prepara, por lo general, para acometer un sinfín de cambios personales. Se enumeran promesas en pro de una mejora propia que en pocos días quedará olvidada. Yo prefiero hacer propósitos.
Un propósito es una intención, es un «voy a intentar», lo que a la postre es más fiable que una promesa. Además procuro formular los propósitos en forma de reto, en un número lo más cercano a uno posible, y de manera que tanto el trabajo como el resultado me resulten agradables. Proponerme, por ejemplo, adelgazar, estaría condenado al fracaso. Necesito retos que me resulten atractivos, con un punto de dificultad pero no imposibles, y, sobre todo, que la misma idea de hacerlos no me eche para atrás.
El año pasado el reto era leer 50 libros. Unas reglas muy sencillas y una actividad que me gusta pero que tenía olvidada, leer, eran todo lo necesario. Y con placer, aunque con cierto trabajo, lo conseguí. Para el año que entra quiero dar un paso más, pero no voy a hacer promesas, me sabe fatal mentirme, simplemente voy a plantearme un reto nuevo, y a ver que sale.
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