Ayer, o anteayer, surgió en una conversación el tema de los ronquidos. Yo, como siempre aseguro, no ronco, o eso creo dado que jamás se me ha quejado nadie.
Me vino a la cabeza una anécdota de hace unos años. Me tocaba compartir una habitación no muy grande con otras tres personas. La habitación no era muy grande, tenía dos literas y las paredes eran de madera. En la habitación teníamos que dormir dos personas que roncaban, una que no y servidor de ustedes. No puedo decir cuál de los dos «roncandores» lo hacía más fuerte, el oído humano tiene un límite a partir del cuál ya no distingue un volumen superior. Tampoco me atrevo a decir que ronquido era más molesto, al fin y a la postre terminé durmiendo un rato. El tercer miembro de la habitación, incapaz de soportar el concierto ni de unirse al mismo, decidió abandonar la sala de música. De este hecho me habló al día siguiente, pues yo no lo oí marcharse, y una de las cosas que me contó fue que yo no roncaba.
De historias así y de compartir habitación con personas con la suficiente confianza como para decirme que ronco deduzco que no ronco. Pero si alguno tiene algo que decir que aproveche ahora.
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